viernes, 6 de mayo de 2022

SIN ALARDES


Mauricio pasó el día mandando y contestando recaditos melosos de su novia.

Ella pretendía hacer del día de San Valentín un día glorioso,  un día de los enamorados especial y diferente a todos los otros que habían vivido por separado, quería sentirse la legítima protagonista de la historia de amor increíble que él había fabricado alrededor de ambos y que en el fondo ninguno de ellos creía.

Cuarentones, decepcionados de la vida y cínicos por igual, se habían embarcado en aquel romance de leyenda como los dos idiotas aburridos que eran, jugando a dar envidia a los antiguos compañeros de instituto y fingiendo ser y estar felices como nunca.

Las hijas de él no prestaban atención a las payasadas de su padre, desde hacía muchos años, pues estaban cansadas de verlo competir desde siempre con ellas, para ser el centro de todos los afectos, el Peter Pan más niño que sus propias hijas y el más necesitado de cariño,  el niño inmaduro de ojos tristes que siempre quiso ser protegido, más que proteger y siempre buscó ser amado más que amar.

Los hijos de su novia también preferían hacerse los muertos, miraban de reojo como las piernas celulíticas de su madre saludaban al mundo desde las minifaldas que ella, patéticamente, se empeñada en usar y de las que sus compañeros del colegio tanto se reían.  Todos hablaban de ellas cuando iba a buscarlos en la nueva camioneta que su padre les había comprado como parte de sus compromiso de ex marido. Intentaban llevar con humor aquella experiencia nueva de la madre madurita que se cree un "sex simbol" mientras ella vivía una segunda juventud al amparo de aquel amor forzado y artificial que las amigas tanto admiraban y que sus propios hijos no se creían por mucho que ella intentara envolverlos en aquella locura romántica.

El día transcurrió entre mensajes y llamadas siguiendo escrupulosamente el estricto protocolo del amor que vive de apariencias: manifestaciones públicas y privadas de amor y el hartazgo interior, vivido a solas, que tanta tontería les producía.

Por la tarde, después de pensarlo mucho,  Mauricio decidió mandar el único mensaje que de verdad le interesaba, a la única mujer que de verdad quería y que ya no era nada suyo. La había perdido por cobarde, y lo sabía, pero aún así le mandó un cortés  "Cómo estás", pensando que ella entendería que por ser día de San Valentín, significaba mucho más que un simple saludo.

Esperó impaciente la respuesta, pero nunca la hubo.

Ella borró su mensaje sin abrirlo, justo antes de mandarle otro a su chico: "Que tal tu día, el mío genial, desando verte".

La respuesta de él no tardó en llegar: "El mío soñando contigo, llego en treinta minutos". Ella sonrió, al leer la respuesta, ninguno de los dos había aludido, en todo el día, al hecho de ser el día de los enamorados ni se habían llamado para felicitarse, sin embargo, ella sabía que él tendría una sorpresa para ella, algo íntimo, secreto, que sería imposible  compartir con nadie.

Discreto, de ellos, sin alardes y sin público.

Isabel Salas